La zona española de Aragón estaba como bendecida por vastos sembradíos de olivares y uva-tinta. Desde los Pirineos hasta el río Ebro, parecía tener grandes posibilidades para la energía hidroeléctrica que nacía. Pero corrían los 80 del siglo pasado y la pobreza asolaba a Europa; las divisiones entre países se profundizaban y todos los que anhelaran un futuro diferente sólo pensaban en emigrar. Los mayores, muy apegados al paisaje de sus ancestros no se movieron de su Aragón. Pero todavía quedaba una esperanza para los más jóvenes: América.
Principiando la década del 1880, Argentina abrió sus puertas ofreciendo la fertilidad de sus tierras al extranjero. Jóvenes, adolescentes a veces, se embarcaron hacia el nuevo continente con la fe puesta en sus brazos saludables y esperanzados, siguiendo la huella de algún familiar que se había arriesgado primero. Todo eso con la ilusión de regresar al cabo de un tiempo a su terruño, a sus viñedos, a sus olivares, a sus valles que latían como cascadas bajando de la montaña, a su familia aragonesa que a partir de entonces, sólo esperaba…
“El SOL” DESPUES DEL HORIZONTE
El 19 de noviembre de 1882 desembarcó en el puerto de Buenos Aires un muchachito aragonés de sólo 13 años (Pedro Ambiela) que acudía al llamado de un primo hermano. Ese día Dardo Rocha fundaba la ciudad de La Plata. Eran años en que la industria crecía, al igual que las vías férreas, los teléfonos y daba sus primeros pasos una pasión argentina: el fútbol.
Los inmigrantes formaban asociaciones, clubes, colonias… y, mandaban junto a sus fotografía en sepia, parte de sus ahorros. El secreto era sólo uno, o mejor dicho, eran tres: trabajar, trabajar y trabajar.
A esta aventura de Pedro se sumo su hermano Vicente, quien se quedó en Buenos Aires dedicado a la industria textil, que era el oficio de sus antepasados aragoneses. En tanto, nuestro Ambiela llegado a Luján se empleó como cadete (peón se le decía en ese entonces) en “EL SOL”, almacén de ramos generales de Pérez y Bailo, ubicado en 9 de Julio y San Martín, frente a donde años más tarde se construyera la actual Basílica Nacional.
Al fallecer Pérez se integraron a la firma los señores Terrén y a los pocos la sociedad se transformó en Terrén, Ambiela y Cia. Luego se denominó Emilio Gibaja y Cia. Pedro Ambiela, con el tesón que caracterizaba a todo inmigrante y el ahnelo de “hacerse solo”; ya había tomado otros rumbos. El siglo apenas comenzaba…
EL ALMACEN “MAR DEL PLATA” Y LA FAMILIA CRECE.
Corría 1909 y Ambiela instaló su almacén de ramos generales al que llamó “Mar del Plata” en la esquina de Mitre e Italia. Dos años después aceptó como socio a Federico Coduras quien permaneció en la firma hasta 1917, lapso en el cual Ambiela se casó con Elena Brunetti, hija de Don Sixto, aquel gran industrial del pasado lujanense. Los Brunetti también emparentados con los Iriberri, sembraron el el árbol genealógico de los Ambiela el cabello rojo, pues ha sido llamativa en las generaciones subsiguientes, la aparición de algún pelirrojo con sus características pecas.
Elena y Pedro tuvieron cuatro hijos: Pedro Heberto, que a poco de integrarse al negocio paterno, abandonando inclusive sus estudios abrió su propio negocio en Chivilcoy, pero hallo´muy joven la muerte detrás de su pasión: el automovilismo deportivo; el segundo, José Guillermo, quien al retirarse Corduras comenzó a colaborar con su padre y la sociedad pasó a llamarse Ambiela e Hijo; el tercero, Alfredo Sixto que en 1923 ingresó a la empresa denominándose la misma a partir de eso Pedro Ambiela e Hijos; el cuarto, se llamó Horacio, quien lejos de Luján emprendió su propia actividad y ya ha fallecido.
LA IMPORTANCIA DEL ALMACENERO DE AQUELLOS TIEMPOS
El mostrador cubría todo el largo del amplio salón y era apenas interrumpido por dos o tres pasillos. También de punta a punta iba la repleta estantería y desde el suelo hasta el techo. Aperos, botas, semillas de todo tipo, aguja, hilo, alfileres, dedales, alpargatas, adornos, sogas, herramientas para el campo, cadenas y los fiambres, quesos y dulces detrás de la vitrina o el alambre fiambrero. Azúcar molida y en terrones y, también vistosas cajoneras había fideos de todo tipo que se vendían sueltos. El vino, en bordalesas de 50 o 100 litros se fraccionaba a pedido del cliente y en una punta del salón, el despacho de bebidas con entretenidas partidas de naipes.
Cuando por algún motivo los mayoristas de Buenos Aires no hacían llegar las mercaderías por ferrocarril, Ambiela, al igual que sus colegas, enviaba su chata tirada por caballos hasta la Capital, la que demoraba unos tres días en volver.
El infaltable cartel de “NO SE FIA, PERO SE VENDE BARATO”, era sólo para algunos, ya que los buenos vecinos gozaban de una institución de antaño, “la libreta”, que era “arreglada” por mes y en otros casos por año, con la cosecha.
Excusa para la reunión social, el almacén de ramos generales fue en el Luján de antaño una parte esencial en la vida de la comunidad. Hacía las veces de correo, de telefónica y también de banco, ya que no eran pocos los que en confianza dejaban allí sus ahorros para que estuvieran a buen reparo. Era pues el almacenero por aquellos días, como vemos, una de las personas más importantes del pueblo.
UNA ARRIESGADA DECISION
Aunque doña Elena dijo “NO” los hombres decidieron en 1923 trasladar el negocio a la casa de familia en Mitre 719, casi en la esquina de Humberto I. La oposición de la madre se debía a que en ese tiempo se consideraba a esa zona como el punto límite donde “se terminaba Luján”. Y aunque los Ambiela eran gente de impulso y visión de futuro, ubicar su comercio allí, cuando apenas comenzaba la década del ´20, no dejaba de ser una aventura demasiado riesgosa. El empedrado llegaba justo hasta la puerta del local, en la esquina y en los zanjones cercanos los chicos se junaban a cazar ranas y, a partir de la Humberto, las calles de tierra con una o dos casas por manzana.
Eran tiempo en que los almacenes de ramos generales cerraban sólo por un gran acontecimiento o una desgracia familiar. Desde la salida del sol y hasta la hora de la cena permanecían abiertos de domingo a domingo.
ATRAIDOS POR “LA COSTA BRAVA”
Tuvieron y tienen los Ambiela una marcada inclinación por el deporte y uno de ellos, el fútbol, los fue acercando en aquellos años a una muchachada bastante áspera como la de “La Costa Brava”. Así, Heberto fue fundador del Club Ciclista Luján, Alfredo fue secretario del Platense Foot-Ball Club y fue José quien propicio la unificación de ambas instituciones dando nacimiento de esta manera al Club Platense de nuestros días.
Identificados con el Colegio Maristas, los Ambiela han participado de las comisiones del mismo, tanto de padres como de ex-alumnos. Desarrollaron también otras actividades comunitarias en pro del bien común como por ejemplo en la Sociedad Española, a la que se abocó Alfredo, o José como miembro de la Asociación Cultural Ameghino haciendo resurgir el Foto Club Luján. Fue también José un eximio criador de palomas, gallos y gallinas, con lo que obtuvo un campeonato argentino y también fue distinguido en el país y en el extranjero por su arte en la fotografía.
EL ARBOL GENEALOGICO DE LOS AMBIELA
Alfredo, casado con Petra Muñoz fue padre de dos hijos: Carlos, casado con Ester Alfano y que es papá de Nicolás, Carmela y Evangelina; y Susana, que vive en Buenos Aires y es mamá de Martín, Valeria, Lorena y Soledad.
En 1953 el almacén se convirtió en ferretería y anexos, agregando venta de maquinas para talleres e industrias. Hoy sin el abuelo Pedro (fallecido el 19 de junio de 1958) Carlos y Nicolás integran la tradicional firma lujanense. Algunos de ellos, sintiendo la necesidad de conocer la patria de sus ancestros ha visitado el suelo aragonés. En el pueblo natal de Don Pedro, aún se mantiene en pie y cuidada por los descendientes la casa paterna en Canfrán, pueblo fronterizo que mantiene sin uso las dos estaciones ferroviarias una frente a la otra: la española y la francesa. Muy alto en las montañas se conserva el cementerio, que para los de la región es una forma de mantener viva la memoria de los pueblos. Varias lápidas con el apellido Ambiela corroboran la raíz natal del muchachito que con apenas trece años se marchó hacia América hace más de un siglo en pos de una esperanza que, por lo aquí descripto, parece haberla alcanzado.
Extraído de la REVISTA NOSOTROS – Año 1997
viernes, 9 de abril de 2010
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